La Desobediencia Civil en la Situación de Venezuela y la Incidencia de la Diáspora Venezolana

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Queridos amigos de Venezuela, ustedes, Hoy me dirijo a son el espíritu de desobediencia civil que este momento de su historia me inspira. Venezuela, un país de inmensas riquezas y de un pueblo valiente, que ha llegado a una encrucijada, donde las fuerzas que deberían proteger la libertad y la dignidad de su gente han perdido su rumbo, y don- de la justicia, lejos de ser una virtud constante, se ha convertido en un lujo distante, reservado solo para unos pocos. La desobediencia civil ha resurgido como una poderosa herramienta de resistencia pacífica. Inspirados por las enseñanzas de pensadores como Henry David Thoreau, los venezolanos han encontrado en la desobediencia civil una forma de expresar su rechazo a un régimen que consideran ilegítimo y opresor. Henry David Thoreau en su obra, “La desobediencia civil”, sostuvo que cuando un gobierno se convierte en una máquina de opresión, es el deber moral de sus ciudadanos no solo resistirla, sino también desobedecerla. En este contexto, la diáspora venezolana, que se ha extendido por todo el mundo, juega un papel crucial, no solo en la difusión de mensajes de resistencia, sino también en el apoyo a sus compatriotas que aún luchan desde dentro, como vimos el 18 de agosto donde miles de venezolanos y personas de otras nacionalidades salieron a las calles de Madrid, Guadalajara, Bogotá, Roma o Lima, Santo Domingo entre otras, coincidiendo con las marchas en Caracas para pedir transparencia en el proceso electoral y que se entreguen las actas. La desobediencia civil, tal como la entendió Thoreau, es un acto de conciencia, una negativa deliberada y pacífica a obedecer leyes que se perciben como injustas. En Venezuela, este principio ha sido adoptado por ciudadanos comunes que, cansados de la opresión y la falta de libertades, han decidido alzar la voz de una manera que desafía al poder sin recurrir a la violencia. No debemos permitir que la injusticia se perpetúe bajo el pretexto de la legalidad. Porque lo que es legal no siempre es justo.

Hoy, el desgobierno de Nicolás Maduro ha sobrepasado los límites de la legitimidad. Las voces de millones de venezolanos han sido silenciadas, sus derechos básicos han sido violados, y la miseria y la desesperación han sido impuestas como un nuevo modo de vida.

Ante esta realidad, la pregunta no es si el pueblo de Venezuela debe actuar, sino cómo debe hacerlo. La desobediencia civil, no es un acto de violencia, sino un acto de conciencia que no busca destruir, sino reconstruir. No busca imponer, sino liberar. Es la manifestación más pura del espíritu de libertad en una sociedad que ha sido encadenada por la tiranía. Sé que la desobediencia civil| no es fácil. A menudo es difícil y dolorosa. Quienes deciden resistir pacíficamente son castigados de manera brutal por el sistema que desafían. Pero también sé que esta es la única vía que puede cambiar el curso de la historia, no con las armas, sino con la resistencia pacífica de aquellos que.

Armados solo con su verdad y su coraje, se niegan a aceptar la tiranía como una condición permanente de su existencia. Hoy podemos decir a viva voz que, en Venezuela, el llamado a la desobediencia civil no es simplemente una opción; es una necesidad. No se trata de un acto de rebeldía sin sentido, sino de un acto de defensa del alma misma de su nación. La no cooperación con un gobierno injusto es la forma más poderosa de expresar que el poder reside en el pueblo, y que ningún régimen puede sostenerse indefinidamente cuando sus ciudadanos deciden retirarle su consentimiento.

La desobediencia civil, como método, tiene un poder que ninguna dictadura puede doblegar: el poder de la dignidad humana. Cuando un pueblo se niega a ser cómplice de su propia opresión, cuando se une en la resistencia pacífica, demuestra al mundo que su espíritu es inquebrantable y que la libertad no puede ser extinguida por la fuerza. Venezolanos, hoy tienen la oportunidad de escribir una nueva página en la historia de su país. Tienen la oportunidad de mostrar que, incluso en los tiempos más oscuros, la luz de la justicia y la libertad nunca se apaga. Recuerden que la verdadera fortaleza de un pueblo no reside en su gobierno, sino en su capacidad para unirse, para resistir y para luchar por lo que es justo. La desobediencia civil es, en esencia, un acto de fe: fe en la verdad, fe en la justicia, y fe en el poder de las personas para forjar su propio destino. Y aunque el camino hacia la libertad puede ser largo y arduo, sepan que cada acto de resistencia pacífica es una contribución al cambio, y que la historia ha demostrado, una y otra vez, que la verdad y la justicia siempre prevalecen, aunque tarden en llegar. Hoy, el mundo observa a Venezuela. Que su resistencia pacífica sea un ejemplo para las generaciones futuras, de que, incluso en las circunstancias más difíciles, la desobediencia civil es el arma más poderosa que tiene el pueblo para reclamar su libertad y dignidad.

Con mi espíritu y mis convicciones, les digo: no teman resistir. Porque en esa resistencia pací- fica radica la esperanza de una Venezuela libre, justa y digna.